Los ojos están a punto de rebalsar, la gargata no da más. La mirada se pierde por ahí, y las manos intentan jugar para no parar. Y nadie. Nadie se atreve a preguntar. El grito no se produce. El llanto no comienza. Nada. Todo queda en nada. Una y otra vez más. El silencio es el mejor refugio de los cobardes, de los que no se atraven a enfrentar. El mejor amparo para quienes no quieren ayudar. Y el silencio deja de ser un tesoro, para convertirse en un tormento. Uno ya no es dueño de sus silencios, es esclavo de él. Y todos, todos los demás; un verdugo que ni siquiera, paran a mirar.