lunes, 17 de marzo de 2014

Rafael y sus Navidades reiteradas

Las Navidades eran allá por los 15 años, uno de los eventos nocturnos más esperados del año. Seguro levantaban el toque de queda por un par de horas más, salía todo el mundo al boliche de turno, y como si fuera poco, había diversión asegurada.
Allá por los 15 años los atuendos eran desastrosos, y conocía a la mitad de personas que  se conoce hoy. Cuando estaba en la suya completamente, divirtiéndose con sus amigas, apareció un chico a sacarla a bailar (en esa época era una de las formas de encare más utilizadas, que lamentablemente se perdió con el tiempo). Le dijo que se llamaba Rafael, y recordó al instante que un muro cerca de la casa de su abuela tenía una declaración de amor en su nombre.  Tantos años pensando quién era el afortunado y ahora lo tenía en frente y la invitaba a tomar algo. Estuvo toda la noche con él. Y como casualmente (o causalmente) vivía la vuelta de lo de su abuela, la acompañó a casa. No recuerda si lo besó esa noche, seguro que sí, porque quedó deslumbrada. Volvió a verlo en año nuevo, y así los sucesivos sábados que aparecieron. Recuerda aún su cumpleaños y su abrazo y beso entre la multitud. Se vieron todos los sábados de ese verano, y un par de veces por la tarde.
Recuerda también que una noche cuando el verano se estaba terminando, le dijo que tenían que hablar. Aún a los 15 ya se sabía que esa no era una buena señal. Le dijo que el amor de su adolescencia, ahora se había fijado en él. Justo ahora?. Pero con dignidad le deseó lo mejor. Que le diera para adelante si era amor.

Y el tiempo que siguió le rompió el alma. Y durante sábados y sábados esperó que volviera. Y las tardes en las escuela tenían sólo un tema; él. Resultó que con su amor de toda su corta vida no había funcionado. Pero nunca volvió. Y ella por las dudas lo esperaba siempre y cada tanto lo lloraba. 
Los años pasaron y dejó de esperarlo como una tonta, pero no de quererlo, no podía entender, que si habían estado tan bien todo se hubiera desvanecido.
Y tres años después de aquella Navidad, apareció de nuevo. Cuando parecía que ya había encontrado a alguien que la quiera, vino nuevamente a sacar a bailar y querer robar un beso.
Y otra vez en Navidad caía en sus brazos y en sus sábanas. Y estaba nuevamente enamorada. Parecía que el tiempo no había pasado.la había abrazado de atrás aquel 20 de enero susurrando “Feliz Cumpleaños Hermosa”.  Y nuevamente se le partió el alma,  y lo lloró por lo que había sido, una y otra vez. Pero lo perdonó porque lo había amado, y eso ya  era suficiente.
Pero esta vez a los tres años no volvió, y tampoco a los seis,  y tampoco a los nueve, y básicamente dejó de verlo en las Navidades.
Pero se ve que cada tanto todos volvemos a lamernos las heridas. Porque diez años después sí volvió. Y quien sabe que pasó pero esta vez ella no recordaba todo lo que él había sido. Ya no lo recordó con tristeza, si no con risas de toda aquella agua pasada bajo el puente.
Y es que haya que esperar diez años para reencontrarse con alguien y ya no sentir dolor. Queda la intriga de por qué no funcionó, pero no ya no es cuenta pendiente volver. Las cosas son como son. Y el tiempo, el mágico tiempo, alivia el golpe.
Siempre será ese Primer Amor, y muchas veces pensó que los demás eran sólo para olvidarlo. Hasta que se dio cuenta que él era el primero. Pero no iba a ser el último. Tenía un mérito especial, pero no el único. Y por suerte, sólo lo recuerda bien. Lo sufrió como adolescente en su momento y no entendió por qué él no lo intentaba. Pero a veces las relaciones están determinadas a no ser, en cualquier tiempo y lugar, en una y otra y otra vuelta. Seguir llorando no tenía sentido. Es mejor atesorarlo así, con los buenos recuerdos. Con lo que fue y no más. Quien sabe si dentro de 10 o 20 años, no se vuelven a encontrar?

Tal vez lo va a amar siempre como para odiralo, y lo mejor es recordarlo con sonrisa, sin dolor y sin rencor.







miércoles, 12 de marzo de 2014

Aquellos amores pasados...

Un día en un intento desesperado por calmar un dolor que la partida de una persona se había ido, lo mejor fue a pensar en todas aquellas personas que ya no están de la misma manera que estaban antes. Empezar a pensar en aquellas pérdidas y en cómo uno puede recuperarse de esos dolores. Es verdad que las edades eran distintas, las circunstancias habían sido distintas, pero el dolor... el dolor siempre parece ser el mismo: el más intenso que una persona puede experimentar. Cuando el que no se muere, se va porque quiere, se va porque quisiste, como el dolor de un amor. Y ese se va pero no se va, porque sigue vivo, se sigue sabiendo de él, y porque capaz y con mala suerte se lo sigue viendo y hasta se sigue en contacto. Son aquellas personas que siguen “siendo”, pero que mutan.

Y así aparecieron, todos y cada uno de ellos, por los que se había sentido este dolor. Este sentimiento de desarraigo, esa sensación de estar pero no estar en el lugar. La pérdida de deseo, y ese “no tengo ganas” que caracteriza esta etapa. Porque mirando en restrospectiva parece que fue una etapa pasada aunque ahora se la vea tan eterna.
Apareció Rafael con sus noches de Navidades reiteradas. Apareció Miguel, el de la pregunta Carlos Paz, o Córdoba capital. Apareció  Lázaro el del amor a escondidas. Apareció Matías, el de la noche en el hospital. Apareció Jonás, que era diez años mayor. Apareció Esteban, el que tenía novia. Apareció Hector, que también tenía novia. Apareció Luis, el histérico incurable. Apareció Facu y la pibita.
Y todos ellos desparecieron. Sí, desaparecieron de la manera que habían estado antes. Algunos aparecieron mutando, otros no aparecieron nunca más. Pero dejaron de ser.... el novio, el chico, el filito. Dejaron de ser eso. Sin lo que pareciera que hoy no se puede vivir.
Y en esta búsqueda de sanar el dolor, la idea fue repasar, recopilar y relatar las historias de estos Rafas, Lázaros, Luises, Facus... Para ver si es posible recordar cómo fue el primer día de la vida de alguien sin ellos, cómo fue dejarlo ir y empezar a sanar.