lunes, 31 de julio de 2017

El Diablo habita en los detalles

De repente aparecieron todas las señales.  Como si el Diablo (así con mayúscula),  realmente habitara en los detalles.
De pronto no quedaba nada. Cerrados por derribo; cambios de firma, esquinas en demolición, extraños que se esfuerzan por no decir nada de más.
Y tal vez las señales habían estado siempre ahí,  pero algo hacía no mirarlas. Porque tal vez no indicaban un buen camino, o por lo menos no el soñado.
Esta vez el vino era más fuerte; las lágrimas más hirvientes, y la realidad golpeaba con más violencia. No quedaba nada.
No quedaba más que algunos recuerdos que ya no se materializan ni en lugares, ni en imágenes, ni en personas. Como si de pronto el tiempo hubiera borrado todo con la rapidez de unas huellas en la arena que borra el mar.

Como si esa memoria se fuera perdiendo al punto de no recordar sonidos, ni olores, ni risas, ni llantos. Como si las fotos se fueran desvaneciendo. Como si los puntos de encuentro se hubieran alejado para siempre.
Todo este tiempo eso había estado ahí, con la nostalgia de que por lo menos alguna vez había sucedido.  Una vez había sido real, y hoy no había siquiera forma de comprobarlo.
Y el Diablo hace tan bien su trabajo; que los detalles son sutiles, imperceptibles durante un montón de tiempo; hasta que finalmente aparecen con un letrero que reza “a quién quieres engañar”. Y lo cierto es que el engaño no es más que de quien no quiere aceptar que no hay más nada; sólo algunas imágenes inconscientes que se desean reprimir.
Vaya dicha la de  Freud, que entendió que la represión era una estrategia para hacer inconsciente todo el contenido mental inaceptable.
Si no existe cosa más inaceptable que la perdida, que una mirada no correspondida. Un deseo unilateral. Un montón de recuerdos que ya no se comparten. 
Porque ya se sabe que a los lugares donde una fue feliz, nunca se debe volver. Pero el triunfo muere cuando hasta esos lugares empiezan a desaparecer, dejándote sin la posibilidad de elegir no habitarlos, sin la posibilidad de ganarle por lo menos esa batalla al Diablo; ese que tantas veces metió la cola.