martes, 15 de febrero de 2022

Ser y bancársela

-Fumás? Le preguntó él.

- No. Capaz en algunas ocasiones, contestó ella.

Mentía.
Como mentía cuando decía que estaba "todo bien", cada vez que él cancelaba.
Mentía porque quería agradar.
Porque no tenía idea de cómo era hacerlo diferente. Porque no recordaba cuándo lo había hecho diferente.
Porque se jactaba de que ella ya no mentía, de que iba por la vida diciendo lo que le parecía. Y eso en parte era verdad. Porque de forma consciente decidía no mentir.
Pero cuando quedaba encerrada en su propia psiquis, y en la propia historia que ella misma se armaba: suavizaba, entendía, aceptaba, sonreía, y sobre todo: se esforzaba. Mentía.
El esfuerzo era parte fundamental en su vida, y pocas veces dejaba de hacerlo. Se esforzaba por funcionar, por agradar, por encajar, por gustar. Porque ya había demasiadas derrotas en la espalda; y demasiados no en el haber.
Aún así se discutía a sí misma el no apostar.
Porque la apuesta más grande, era dejar de mentir (y no en esas mentiras que decía); dejar de mentir mostrándose de una manera que no era, y que en general padecía.
La apuesta más grande era ser quien es, sin pensar. Ser fiel a lo que era, sin importar las consecuencias. Involucrarse lo suficiente para dar algo en pos de la construcción, o en todo caso; entender que puede aún así no funcionar.
La apuesta más grande era abrirse y arriesgar, y exponer la verdad. Porque la excusa hasta el momento era que si algo no agradaba en el fondo; tampoco era cierto.
El all in era mostrarse como era. Ser y bancársela.

martes, 1 de febrero de 2022

Mi soledad, yo y la pandemia

La opresión no era en el pecho; sino en la cabeza. Era como una resaca sin alcohol. Como un estado de quietud. Como domingo de verano en la cama, en cámara lenta, que se repetía sin parar.

Las horas pasaban iguales unas de otras, sin cambio, ni evolución. Con una especie de esperanza recetada que indicaba que en algún momento todo debería estar mejor.

La espera era desesperada. La ansiedad de volvía más ansiosa; los síntomas más dolorosos y la angustia empezaba a encontrar lugar.

¿Quién más si no era ella? En una habitación completamente vacía, con agenda libre y pocos momentos de lucidez. 

Algunos fármacos al alcance, un vaso aséptico de agua, y una significativa pila de pañuelos que se llevaban un poco de tristeza, y algo de enfermedad.

En China era Año Nuevo y aquí se sentía como que el mundo se iba a acabar, si de la cabeza no salían todas esas bombas que no cesaban de explotar.

Abrazaba a la angustia junto a la almohada, con la esperanza de que tocar fondo haría empezar a mejorar.