martes, 1 de febrero de 2022

Mi soledad, yo y la pandemia

La opresión no era en el pecho; sino en la cabeza. Era como una resaca sin alcohol. Como un estado de quietud. Como domingo de verano en la cama, en cámara lenta, que se repetía sin parar.

Las horas pasaban iguales unas de otras, sin cambio, ni evolución. Con una especie de esperanza recetada que indicaba que en algún momento todo debería estar mejor.

La espera era desesperada. La ansiedad de volvía más ansiosa; los síntomas más dolorosos y la angustia empezaba a encontrar lugar.

¿Quién más si no era ella? En una habitación completamente vacía, con agenda libre y pocos momentos de lucidez. 

Algunos fármacos al alcance, un vaso aséptico de agua, y una significativa pila de pañuelos que se llevaban un poco de tristeza, y algo de enfermedad.

En China era Año Nuevo y aquí se sentía como que el mundo se iba a acabar, si de la cabeza no salían todas esas bombas que no cesaban de explotar.

Abrazaba a la angustia junto a la almohada, con la esperanza de que tocar fondo haría empezar a mejorar.

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