La opresión no era en el pecho; sino en la cabeza. Era como una resaca sin alcohol. Como un estado de quietud. Como domingo de verano en la cama, en cámara lenta, que se repetía sin parar.
La espera era desesperada. La ansiedad de volvía más ansiosa;
los síntomas más dolorosos y la angustia empezaba a encontrar lugar.
¿Quién más si no era ella? En una habitación completamente vacía, con agenda libre y pocos momentos de lucidez.
Algunos fármacos al
alcance, un vaso aséptico de agua, y una significativa pila de pañuelos que se
llevaban un poco de tristeza, y algo de enfermedad.
En China era Año Nuevo y aquí se sentía como que el mundo se
iba a acabar, si de la cabeza no salían todas esas bombas que no cesaban de
explotar.
Abrazaba a la angustia junto a la almohada, con la esperanza de que tocar fondo
haría empezar a mejorar.
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