De repente aparecieron todas las señales. Como si el Diablo (así con mayúscula), realmente habitara en los detalles.
De pronto no quedaba nada. Cerrados por derribo; cambios de
firma, esquinas en demolición, extraños que se esfuerzan por no decir nada de
más.
Y tal vez las señales habían estado siempre ahí, pero algo hacía no mirarlas. Porque tal vez
no indicaban un buen camino, o por lo menos no el soñado.
Esta vez el vino era más fuerte; las lágrimas más
hirvientes, y la realidad golpeaba con más violencia. No quedaba nada.
No quedaba más que algunos recuerdos que ya no se materializan
ni en lugares, ni en imágenes, ni en personas. Como si de pronto el tiempo
hubiera borrado todo con la rapidez de unas huellas en la arena que borra el
mar.
Como si esa memoria se fuera perdiendo al punto de no
recordar sonidos, ni olores, ni risas, ni llantos. Como si las fotos se fueran
desvaneciendo. Como si los puntos de encuentro se hubieran alejado para
siempre.
Todo este tiempo eso había estado ahí, con la nostalgia de
que por lo menos alguna vez había sucedido.
Una vez había sido real, y hoy no había siquiera forma de comprobarlo.
Y el Diablo hace tan bien su trabajo; que los detalles son
sutiles, imperceptibles durante un montón de tiempo; hasta que finalmente aparecen
con un letrero que reza “a quién quieres engañar”. Y lo cierto es que el engaño
no es más que de quien no quiere aceptar que no hay más nada; sólo algunas
imágenes inconscientes que se desean reprimir.
Vaya dicha la de Freud, que entendió que la represión era una
estrategia para hacer inconsciente todo el contenido mental inaceptable.
Si no existe cosa más inaceptable que la perdida, que una
mirada no correspondida. Un deseo unilateral. Un montón de recuerdos que ya no
se comparten.
Porque ya se sabe que a los lugares donde una fue feliz,
nunca se debe volver. Pero el triunfo muere cuando hasta esos lugares empiezan a
desaparecer, dejándote sin la posibilidad de elegir no habitarlos, sin la
posibilidad de ganarle por lo menos esa batalla al Diablo; ese que tantas veces
metió la cola.