Nuevamente se abría el camino. El sendero era como una Y con dos accesos. Ninguno de los dos era menos complicado que el otro.
Los pies parecen acercarse a tomar el más oscuro. Porque aún a tientas el terreno era conocido. Esa escalera hacia abajo, para bien o para mal, era prometedora.
El infierno volvía a ser un hábitat esperanzador, cuando la realidad olvidaba la esperanza en algún rincón.
El reflejo del espejo era demasiado difícil de soportar, y cuanto más calor hubiera afuera, más fácil sería aguantar el hielo que permanecía por dentro.
Tampoco se podía ir tan de prisa, ni correr. Para huir era demasiado tarde, la salida se hacía esquiva una vez más. El cansancio, las heridas en los pies de tanto transitar, la mochila en la espalda pesaba hasta agotar.
Frotarse los ojos, acostumbrarse como muchas veces a no ver y más por inercia que por convicción, nuevamente comenzar a andar.