Llovía. El día estaba gris y el alma acompañaba la ambientación lúgubre. Se acercaba la noche con la necesidad de encontrar el mejor drama en la tv para justificar los ojos brillosos de lágrimas por derramar.
El tic tac del reloj se hacía cada vez mas denso y el paso
del tiempo pesaba en los últimos días del año, como si el mundo se fuera a
acabar.
Como decía Cerati poniendo canciones tristes para sentirse
mejor, sin entender de qué se trataba ese nudo en la garganta. La lluvia, el día
gris, o esa sensación que no llena ningún pensamiento positivo.
La sensación de que había algo en ese día gris que oprimía.
Los recuerdos lejanos y desteñidos de alguna vez un diciembre que fue feliz. O le sensación de
incompletud que nada podría llenar. Un gusto amargo, una mirada apagada, un relato triste y hasta una sensación de soledad.
Un poco de melancolía, y un par de cachetazos de realidad que hacían dudar, y esa manía de mirar el vaso medio vacío, recordar a quien ya no está o vivir la vida con gusto a que falta algo más, sin saber precisamente qué es.
Y tal vez la lluvia suplantaba esas lágrimas tímidas que casi
no encontraban explicación ni justificación y hasta parecían pretensiosas. Y tal vez la lluvia mostraba esa realidad que los días de sol es una picardía recordar o mostrar.
Y tal vez cada día de lluvia de diciembre sea así de melancólico, desde aquel diciembre de felicidad.