martes, 17 de noviembre de 2015

Matías, mi autodestrucción y yo.

Una vez , Andrés, su psicólogo le dijo que en ese momento no le presentaría a nadie. Porque si valía la pena, lo iba a arruinar. Ella estaba en ese proceso de entre hacerse pelota a sí misma, y querer sanarse.
Estaba autodestructiva. Incapaz de amarse y amar al resto.
Estaba en un callejón sin salida. Pero caminando hacia dentro a ver qué era lo que había.
La ida de Lázaro había intensificado los síntomas y sentía lo peor de lo peor.
La inquerible, la fea, la mala, la gorda. Y en ese momento de mierda se acercó alguien que parece que se enamoró de sus defectos. O de su incapacidad.
Porque parece que luchó contra todas sus fuerzas. Se le pegó al lado. La acompañó cada vez que se lastimó a mi misma. Intentaba sanar desde afuera, lo que ella no podía sanar desde adentro. Y ahí estaba. Y le decía que la quería, que era linda y que era valiosa. Le traía flores que yo ella se rehusaba a recibir. Y venía a verla cuando no se levantaba de la cama...cuando era una egoísta incapaz.
Y ella en ese momento necesitaba mimos. Necesitaba que alguien la hiciera sentir querida, aunque no se notara.
Pero en el fondo...esa era una mentira. Ella no podía sentirse querida por nadie, porque se odiaba y que mucho menos, podía corresponderle.
Tanto se odiaba, que una noche terminó en el hospital, en uno de sus tantos actos autodestructivos, que esta vez, se había ido de las manos.
Y ahí sí, tocó fondo. Porque las miradas compasivas eran lo peor. Porque se odiaba cada vez más, porque no hacía una bien.
Y porque estaba lastimando a alguien que no tenía mucho que ver.
Porque en un atisbo de lucidez  entendió que él se merecía alguien que lo quiera bien. Pero ella también me merecía querer a alguien. Porque cuando empezó a buscar adentro, se dio cuenta de que algo había. Que no todo daba lo mismo, y que capaz con mucho trabajo yo volvería a querer y quererse.
Pero debía ocuparse de eso, y no intentar ser la novia de alguien que no quería ser.
Y tomó coraje y se quedó solita. Sin tapar agujeros. Con todas las heridas abiertas. Para que la única que las sanara fuera ella misma. Con el único hombre que permitía que estuviera cerca; Andres.
Y a Matías le dolió. Mucho. Y años, muchos años después le siguió doliendo. Pero su consuelo era en ese caso, que la honestidad no se negocia, y que el día de mañana se lo iba a agradecer.
Fue la primera vez que decidió dejar de tapar el sol con la mano. De buscar afuera lo que no había adentro. Y él la ayudó para darse cuenta. Una parte de su corazón, siempre le va a estar agradecida.


  

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