Toda nuestra vida la transitamos basados en el positivismo
de que todo sucederá. Que las cosas saldrán bien. Que seremos saludables,
felices. Que tendremos amigos. Que seremos queridos. Que formaremos una
familia. Que viviremos un gran amor. Que seremos exitosos, y que trabajaremos
de lo que nos gusta.
Nos suena trabajoso y hasta nos da miedo pensar que eso no
va a suceder. Preferimos creer en que la vida misma, solita… nos dará aquello que
se supone que nos merecemos. Nos negamos consciente o inconscientemente a que
tal vez, no estemos en este grupo de afortunados.
Es más, tildamos de
negativo a aquel que considera la posibilidad de que no puede ser agraciado con
todos esos honores.
¿Qué es lo que nos cuesta más? ¿Pensar en esa posibilidad?
¿Aceptarla? Tildarse a uno mismo de mala energía. ¿De no querer suficiente las
cosas? Muchas veces se escucha que si alguien desea algo con mucha fuerza; lo
logra. Y que pasa si no?
Si no somos deseados por nuestros padres. Si no somos saludables o si no encontramos ese
amor que tanto anhelamos. Qué pasa si la vida soñada no es la que nos toca vivir.
Por qué es tan descabellado pensar que las cosas pueden no
suceder. Por qué criticamos al que piensa de esa manera, si no lo único que
hace es anticiparse a una realidad que puede suceder.
Por qué intentamos suavizar la idea diciendo que “todo va a
estar bien”. Por qué en un mundo que parece ser cada vez más extraño, las
profecías del bienestar son como huellas en la arena. Pueden desaparecer.
Y? qué hacemos si un día nos sentamos a pensar ¿qué pasa si
no?.
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